Más de 112 mil personas visitan el territorio cada año y la presencia humana podría ir en aumento. Los impactos que la contaminación podría tener en una de las pocas porciones de tierra todavía inmaculada en el planeta.
En 2025 la humanidad se encamina a quitarle la magia a la única porción continental que aún conservaba su belleza intacta. La Antártida, ese continente que desde hace décadas solo respondía a fines científicos y pacíficos, quedó atascado en la rueda del capital. El turismo hacia el verdadero fin del mundo, empujado por jóvenes entusiastas mediante redes sociales, se estimula a cada momento, y lo que era un paraíso pronto puede transformarse en un infierno. Es que se trata de un ecosistema frágil, sostenido por hielos eternos que no están acostumbrados al roce constante de monos evolucionados que todo lo estropean. El Tratado Antártico que resguarda la actividad allí podría ser revisado en los próximos años, más si se tiene en cuenta que además del turismo, Rusia halló petróleo.
Para tener referencia del incremento de las visitas, si en la temporada de verano 2018/2019 un total de 56.168 turistas llegaron a la Antártida, en 2023/2024, según el Instituto Fueguino de Turismo, fueron 111.497 los cruceristas que la conquistaron en 447 viajes, a bordo de 55 buques que salieron desde Ushuaia. La industria es gestionada por la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO), fundada en 1991. En el presente, en este marco, más de 100 empresas realizan viajes privados, seguros y “ambientalmente responsables”.
Los servicios que se ofrecen son tan variados que las travesías pueden durar entre 12 y 20 días, y costar entre 5 y 100 mil dólares. Algunos recorridos por las aguas del sur, incluso, incluyen como parte del itinerario a las Islas Malvinas. Tik Tok parece tener la culpa, al socializar los paisajes cuya belleza no soportan descripción.
Una reserva natural de 14 millones de kilómetros cuadrados (más que Europa y Oceanía) originalmente dedicada al estudio científico, en el presente se encuentra amenazada por acciones humanas que pueden trastocar todo el equilibrio. Millonarios aburridos o ahorradores seriales se lanzan a la aventura de conocer el sitio geográfico de moda y consumen su energía con chapuzones explosivos entre los témpanos.
En la Antártida, entre octubre y marzo, los turistas realizan caminatas, avistan fauna (pingüinos, petreles, focas y ballenas), visitan estaciones científicas y realizan campamentos glamorosos (glamping). O bien, aprovechan para realizar actividades acuáticas: andan en kayak, prueban con el buceo y hacen la plancha en aguas termales. También hay esquí y hasta paseos en helicóptero, para los más arriesgados y de mejor bolsillo.
Aunque la excusa de las empresas que promocionan estos itinerarios es que la estadía sirve para que los visitantes “aprendan a cuidar la naturaleza”, su presencia impacta en el ambiente y provoca todo lo contrario. Se perturban los ecosistemas en que las especies se reproducen; aumenta el riesgo de introducción de especies no nativas (que viajan junto a los turistas); y se multiplican las chances del derrame de combustible que pueden sufrir los barcos en cada recorrida.
De hecho, se viralizaron imágenes de viejos galpones antárticos coloreados con grafitis, un arte visual callejero, paradójicamente, en un lugar en el que no hay ni una sola calle. También circulan videos de turistas que se bañan en aguas termales y desprenden todo tipo de cremas para proteger la piel y otros compuestos químicos, que podrían afectar las cadenas tróficas de animales acuáticos.
Normas de comportamiento
El turismo fue incluido como actividad permitida en la Antártida en el Protocolo de Madrid, como parte integrante del Tratado Antártico. Los viajes y la pesca, de hecho, constituyen las dos actividades comerciales que pueden realizarse. El primer viaje fue en 1958, cuando el Transporte Naval argentino “Les Eclaireurs” transportó a los primeros turistas. Si bien hasta los 80 hubo muy pocas travesías al continente blanco, la actividad repuntó en los 90 y explotó en los 2000.
Con el objetivo de regular el comportamiento de los turistas, existen directrices; algo así como normas especiales de comportamiento que indican a los visitantes cómo deben actuar y qué recaudos tomar. De acuerdo a cada región de la Antártida, se incluyen ítems como “impactos conocidos”, “impactos posibles”, “áreas vedadas”, “áreas de libre desplazamiento”, “comportamiento en tierra” y “advertencias”. En el último tiempo, se rumoreó la incorporación de una tasa que, a futuro, podrían abonar los viajeros y serviría para filtrar las visitas. Terminarán en la Antártida solo los que tengan dinero; aunque ello no garantice el cuidado del ambiente, ni mucho menos.
En el presente, se prohíbe dejar residuos, provocar ruidos extremos, molestar a la fauna y dañar el patrimonio histórico. El desembarco controlado de visitantes en las diferentes regiones preocupa especialmente: gracias a camiones, helicópteros y aviones la superficie se tiñe de hollín. Como resultado, una nieve más oscura se derrite más rápido.
Como si fuera poco, el humano también perjudica a la Antártida de manera indirecta y sin visitarla. A partir de la emisión de gases de efecto invernadero que sucede en todo el globo, las temperaturas se elevan y se aceleran los deshielos.
Un Tratado en revisión
Doce países firmaron el Tratado Antártico en 1959 y en 1991 se prorrogó el protocolo de Madrid, que prohíbe por medio siglo la explotación de recursos naturales no renovables y promueve la paz y la preservación del ambiente. Fue firmado con un objetivo subyacente: favorecer los lazos de cooperación internacional. A la fecha, son 54 las naciones que firmaron el instrumento, que se mantiene abierto a la firma de otros países. Sin embargo, solo 29 tienen poder de decisión.
Sin embargo, la quietud se modificó en mayo de 2024, cuando Rusia confirmó el hallazgo de petróleo. Localizó una reserva 30 veces mayor a Vaca Muerta y 10 veces la producción total del Mar del Norte en el último medio siglo. Algo así como 511 mil barriles. La humanidad buscará explorar este territorio con el objetivo de siempre: saquearlo para maximizar ganancias en el menor tiempo posible. Aunque su explotación, al menos, está prohibida hasta 2048, el hallazgo sucede en una porción territorial que reclaman Argentina, Chile y Reino Unido. Rusia, Estados Unidos y China, sin embargo, ya aguzaron la vista con el propósito de no quedar afuera en un eventual futuro reparto.
Argentina pionera
De todas las naciones, Argentina es la que más bases posee en el continente blanco, con un total de 13: 11 administradas por el Comando Conjunto Antártico (Ministerio de Defensa) y 2 por la Dirección Nacional del Antártico (Cancillería). Seis son permanentes y realizan tareas todo el año, y las restantes son temporarias.
Desde hace muchas décadas, investigadores e investigadoras de Argentina se desplazan hacia el fin del mundo con el propósito de desplegar diversas líneas de trabajo. El primer paso se concretó en 1904, al instalarse el Observatorio Meteorológico Antártico Argentino en Orcadas del Sur. En aquella ocasión, se izó la bandera nacional y se constituyó la primera base antártica permanente del mundo. Según el presidente Julio Roca existía “conveniencia científica” de ocupar el sitio. Medio siglo más tarde, fue Juan Domingo Perón quien creó el Instituto Antártico Argentino.
En el presente, el Instituto estudia cómo los humanos perjudican al ambiente, fundamentalmente a través de tres líneas: cambio climático (retroceso de glaciares, aumento de temperaturas medias y acidificación de los océanos) y la contaminación (con microplásticos) y sobrepesca.
Personas que producen conocimientos para saber cómo otras personas arruinan la naturaleza y en qué medida lo arrasado no podrá recuperarse.
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