domingo, abril 28, 2024

La destacable historia de una abuela con 10 hijos y 50 nietos que a los 78 años terminó la primaria en Eldorado

Lorenza Villalba vive en Eldorado, y a los 72 retomó los estudios. Seis años después es una de las flamantes egresadas. Cuenta la historia de amor con su marido, su único compañero durante más de medio siglo, y la numerosa familia que formaron. “Esto era un gran pendiente para mi”, anticipa.

En Eldorado, Lorenza Villalba cumplió uno de los grandes pendientes de su vida. Tenía 72 años cuando una maestra rural fue hasta la puerta de su casa para proponerle que se anotara en las clases para comenzar la primaria. Es madre de 10 hijos, y siempre priorizó que cada uno de ellos tuviera la oportunidad de acceder a la educación, algo que valora como un tesoro, porque cuando era chica tuvo que dejar la escuela. “Mis padres eran muy humildes, me crié más con la hermana de mi papá, y era imposible que yo fuese al colegio”, explica. Cuando murió su marido pensó que no había más proyectos por delante, luego de compartir 57 años de casados con el amor de su vida. Sin embargo, su profesora le insistió en que fuese a aprender para distraerse, y la experiencia la motivó hasta conseguir su meta. A los 78 ya tiene su libreta de calificaciones en mano y el ansiado diploma, además de la alegría de ser abuela de 50 nietos.

La vida de Lorenza

Lorenza nació en Paraguay, pero cuando tenía 3 años vino desde Villa Rica hacia la Argentina junto a su familia, y se convirtió en su hogar definitivo. A los 16 años conoció en Puerto Piray a quien iba ser el padre de todos sus hijos, a quien define como “un hombre maravilloso y un pan de Dios”. Fue amor a primera vista y no se separaron más. Conformaron una dupla que se acompañó en todo momento: progresaron juntos, se mudaron varias veces y pudieron construir su casa, el mayor de sus sueños. “Era muy trabajador, estuvo casi 30 años en la misma empresa, siempre se preocupó porque estemos bien y hasta hoy yo no puedo olvidarlo; cuando me acuerdo de él no puedo pensar en nada más”, confiesa.

Para mantener vivo el recuerdo se aferra a los cuadros familiares colgados en el living y en su habitación. Los observa con detenimiento todos los días, como una manera de viajar en el tiempo hacia esos instantes en que estaban todos juntos. “A veces cuando festejamos cumpleaños o nos reunimos por motivos especiales, no entramos todos en la galería del patio que hizo uno de mis hijos, porque somos muchos”, indica. Sus nietos son “todo su mundo”, y los llama “encantos”, por la dicha que siente cuando vienen a visitarla, a compartir las tardes o pasear con ella.

La flamante egresada de la primaria tiene una voz dulce, amorosa para responder a cada pregunta, prácticamente como si abrazara con sus palabras. Con cada anécdota que cuenta deja entrever que no conoce el sentimiento de envidia. Es de esas personas que lo primero que hace es desear el bien, pero no por convención social ni porque es lo que le enseñaron, sino porque así es ella. No hay duda de que el rol de anfitriona le sale natural: ama preparar multitudinarios guisos y locros para agasajar a sus invitados. “Me encanta cocinar, sobre todo los porotos y las lentejas, eso es lo que más me gusta, pero hago de todo”, asegura. Incluso sabe pescar, y su especialidad son las anguilas.

“Me voy a una laguna cerca de mi casa y paso la tarde pescando, aprendí de grande y ya hace muchos años que lo hago, después vuelvo para prepararlas y todos mis vecinos saben que siempre tengo alguna cosa lista para comer”, relata. También le gusta ocuparse de la limpieza de la casa, y dice que fue así desde siempre, con alma inquieta. Transitó diez embarazos y agradece que no tuvo ninguna complicación en las gestaciones. “Tuve a mis 10 hijos por parto natural, algunos en el hospital y otros en mi casa, porque en tiempos de antes venía un enfermero muy valiente, que ya me conocía bien, sabía cuando el bebé estaba listo”, expresa.

Con picardía, atribuye la familia numerosa al famoso dicho de que “no había televisión”. “Después que llegó la tele a casa, no tuvimos más hijos”, remata con humor. Por fuera de las carcajadas, comenta que su mayor orgullo es la unión familiar. “La verdad que me siento bien conmigo misma porque los crié bien, los mandé a todos a la escuela, aún cuando tenía a uno en jardín, otro en primaria, y otro que todavía no caminaba, todos pudieron estudiar, tal como nos propusimos con mi marido, y eso es importante”, resalta. Ella, por su parte, más de una vez quiso aprender a sumar y restar, pero el tiempo fue pasando y pensó que ya no iba a haber oportunidad.

Ser alumna de nuevo

Uno de los significados del nombre Lorenza es “coronada con hojas de laurel”, es decir que la determinación para lograr el triunfo es una característica intrínseca de su personalidad, y como alumna es muy perseverante. “Hoy yo agarro un papel y lápiz y yo solita sumo o resto lo que necesito, aprendí demasiadas cosas con mi maestra, una persona hermosa y una mujer encantadora”, describe con admiración. En total eran ocho compañeros que se reunían todos los días, de lunes a viernes, durante seis años para cumplir el objetivo de tener la primaria completa.

“Algunas veces tuvimos las clases en mi galería, le presté ese espacio a mi profe porque la escuelita queda cerca, y vinieron todos a mi casa, todos de diferentes edades, pero adultos, y me trataron muy bien”, asegura. Pasó lindos momentos con todos ellos, recuperó la sonrisa después de perder a su esposo, y trató de mantenerse en pie, enfocada en las tareas, porque no fue el único golpe anímico que sufrió. Su hijo Fulgencio se suma a la charla con este medio y habla en representación de sus hermanos sobre cómo vivieron la etapa escolar de su mamá.

“Ella es nuestro pilar en todos los sentidos, es el verdadero sostén de la familia, siempre de pie para todo. Su lucha, su constancia, y su estudio terminado es un orgullo para todos, y sobre todo después de que perdimos a nuestro padre y al poco tiempo a mi hermano Claudio, el mayor de todos, que murió por la enfermedad de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica)”, revela conmovido. Y agrega: “Mamá nos demostró que aún en los peores tiempos la vida continúa, nos aferramos a la fe y esa hiperactividad que tiene, que siempre está buscando algo para hacer, y es lo que la mantiene bien, fortalecida, realmente no sabe lo que significa estar sentada todo el día”.

Comenta que antes él vivía en el barrio porteño de Mataderos, pero hace varios años se mudó a la tierra colorada para acompañar a sus padres. “Vine a quedarme porque ya estaban los dos grandes y solos; traté de repuntar la casa, y aunque no soy un albañil profesional, revoqué la casa, hice la galería, una parrilla que no será la gran cosa, pero nos cumplió para el aniversario de 50 años de casados, y ahí vamos a pasar las fiestas”, detalla. Aunque Lorenza es muy independiente, dos de sus hijos viven en el mismo terreno para visitarla todos los días. Y ella da testimonio de que la atención es constante: “Mis hijos son muy celosos, todo el día andan pendientes de mí, ‘mami, ¿a dónde vas?’, ‘¿qué vas a hacer?’, así son siempre”.

Fulgencio describe a su madre como “una mujer muy buena y desenvuelta”, porque siempre la vio intentar todo, aún cuando no sabía hacer algo. “Procuró tener los impuestos al día, cuidarse a ella misma, nos dio un enorme cariño a cada uno, y se complementaban muy bien con mi papá, cada uno con su carácter sabían bien lo que el otro necesitaba; yo soy más parecido a ella, un poco polvorita porque somos inquietos”, confiesa.

Solo faltaba un detalle para que fuese oficial: tener su diploma en mano, y las calificaciones en la libreta. El 15 de diciembre se acercó hasta su casa su maestra Silvia y le llevó el preciado papel. La alegría por sus notas es otro de sus más grandes tesoros. En todas las materias sacó un abanico de 8, 9 y 10, con una reseña sobre su concepto como estudiante que confirma cómo se desenvolvió en cada clase: “Lorenza, eres una alumna muy responsable y estudiosa, seguí por ese camino siempre. ¡Felicitaciones!”, dice el comentario final de la docente. Con una sonrisa gigante, posó junto a la profesora para la foto que planea enmarcar, porque será histórico para toda la familia y un ejemplo para cada uno de sus nietos.

“Estoy chocha, muy feliz. Quería pasar buenos momentos, días felices, con menos quebrantos, y lo logré. Con esto nomás yo ya me siento orgullosa, sé que estoy envejeciendo, pero muy bien gracias a Dios”, concluye la egresada, que celebra el fin de una inesperada etapa y anima a otros a proponerse metas que los llenen de energía, y los desafíen a seguir creciendo, sin importar la edad que tengan.

Infobae.

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