jueves, marzo 28, 2024

La humanidad ya degradó el 25% de la superficie terrestre libre de océanos

Después de una sesión maratónica de 28 horas, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) aprobó un nuevo informe para los gobiernos del mundo que se da a conocer hoy desde Ginebra.

Se trata del » Reporte Especial de Cambio Climático y Tierra», preparado por 107 científicos de 52 países de todas las regiones del mundo. El 53% fue de países en desarrollo.

La primera evaluación «abarcadora al sistema clima-tierra», en las palabras del presidente del IPCC, Hoesung Lee, muestra que «la agricultura, la silvicultura (explotación de los bosques) y otros usos de la tierra originan el 23% de las emisiones de gases de efecto invernadero», pero al mismo tiempo «los procesos naturales absorben una cantidad de dióxido de carbono equivalente a un tercio de las emisiones originadas en los combustibles fósiles y la industria», agregó Jim Skea, copresidente del Grupo de Trabajo III.

Así, el uso de la tierra está en el centro de una trama compleja en la que, bien administrada, puede ayudar a controlar el cambio climático, pero mientras tanto debe permanecer productiva para mantener la seguridad alimentaria. Los expertos destacan que hay que poner límites a los cultivos para producir energía, y también tener en cuenta que a los árboles y el suelo les lleva tiempo almacenar dióxido de carbono.

«El reporte muestra que un cuarto de la tierra libre de océanos está degradada y en una situación crítica, con una tasa de explotación que no tiene precedente en la historia humana -explica Carolina Vera, investigadora argentina en cambio climático y vicepresidenta del Grupo I del IPCC, que es coautora del informe-. El cambio climático está empeorando una situación ya de por sí difícil y está socavando la seguridad alimentaria».

Según la especialista, «el trabajo confirma que la agricultura, la producción de alimentos y la deforestación son importantes contribuyentes al cambio climático, y la acción coordinada para combatirlo puede mejorar simultáneamente las condiciones de la tierra, la seguridad alimentaria y la nutrición, así como ayudar a acabar con el hambre».

Los investigadores evaluaron más de 7000 artículos científicos y técnicos, y recibieron 28.275 comentarios de revisores expertos y de los gobiernos en sus dos etapas de revisión, que se producen previamente a la sesión de aprobación final.

Una pieza clave

La tierra es la base de la vida y el bienestar de la humanidad. Ofrece alimento, agua y muchos otros servicios ecosistémicos, como la biodiversidad. Al mismo tiempo, el suelo también juega un rol importante en el sistema climático.

Cuando un suelo está degradado, se vuelve menos productivo, se reduce la cantidad de variedades vegetales que pueden crecer en él y su capacidad de absorber dióxido de carbono. Esto exacerba el cambio climático, y el cambio climático a su vez agrava la degradación de muchas formas.

«Es necesario repensar el vínculo que tenemos con el uso del suelo, el tipo de sistema alimentario y energético del cual nos abastecemos -advierte el ingeniero forestal Manuel Jaramillo, director general de la Fundación Vida Silvestre-. El sobreuso que le imponemos al planeta es imposible de sostener a mediano plazo. Y la respuesta que nos da es el calentamiento global. Tenemos que reorientar el uso de la tierra para satisfacer nuestras necesidades, porque si no, las consecuencias van a ser cada vez peores».

En coincidencia con el informe, Jaramillo destaca que mientras hay más de mil millones de personas que no logran satisfacer sus necesidades básicas de alimento, un tercio de la población mundial padece sobrepeso y obesidad, y problemas vinculados con una mala nutrición.

«El problema no es producir alimentos, sino garantizar el acceso -subraya Jaramillo-. No es un problema de disponibilidad de recursos, sino de buen manejo y administración, ya que alrededor del 30% de los que se producen se tiran». Según su visión, una dieta saludable no solo debe serlo para las personas, sino también para el ambiente.

«Tenemos que empezar a comer no solo menos carne, sino de mejor calidad, con un menor impacto ambiental -afirma-. Y es posible».

Por ejemplo, distintos trabajos muestran la conveniencia de criar terneros «a pastizal»; en lugar de transformar el ambiente natural, se usan los pastos naturales sin sobrepastorearlos. Así se conserva la biodiversidad y las emisiones de carbono son mucho menores.

«A veces tumbamos bosque nativo para producir alimentos balanceados para alimentar al ganado -dice Jaramillo-. Eso tiene un impacto negativo en la salud y también en el medio ambiente. En el corto plazo, uno engorda a un animal con menos costos. Pero en análisis realizados en conjunto con el INTA demostramos que en el mediano largo plazo es mucho más rentable mantener una pastura natural, que es más resiliente a los impactos del cambio climático».

Para un adecuado manejo de la tierra, Jaramillo menciona la implementación inmediata y plena de la ley de bosques, que permitirá reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Por otro lado, afirma que instrumentar incentivos para la producción de pastizales en gran escala podría ser una solución para el desarrollo sustentable y climáticamente inteligente en nuestro país, y un recurso para acceder a mercados cada vez más restrictivos.

Por su parte, Amy Austin, investigadora principal del Conicet en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas con la Agricultura (Ifeva), de la UBA, destaca que el informe analiza la interacción entre el clima y la tierra, y cómo el cambio climático podría modificarla.

«Es interesante notar que la vegetación en sí tiene la capacidad de alterar el clima local -explica Austin-. Si uno tiene mucho bosque, el agua de las plantas genera nubes y llueve. Se da una interacción entre la vegetación y el ciclo hidrológico. Pero si ocurre al revés, eso puede exacerbar los efectos de la falta de agua. Los sistemas que ya están degradados se van a degradar más; si ya están dañados, el cambio climático los va a dañar más y también será menor la oportunidad de que mitiguen el cambio climático. Se dan las dos cosas. La agricultura en ambientes marginales, como el África o el Altiplano, en Bolivia, genera degradación en la tierra y esos suelos van a ser más secos todavía. Es un proceso de retroalimentación: una vez que los suelos empiezan a degradarse, cada vez se van a degradar más».

Y enseguida agrega: «Es muy importante que no pasemos por alto que entre alrededor del 30% de la comida que producimos se pierde. Reducir esa cantidad podría ser muy importante. En algunos escenarios socioeconómicos podríamos alimentar a todos cambiando nuestra perspectiva sobre la comida. No solo es la producción, sino también las decisiones que tomamos».

Vera coincide: «La tierra que ya estamos utilizando podría alimentar al mundo en un clima cambiante y proporcionar biomasa para energías renovables, pero requeriría una pronta acción y de largo alcance a través de varios frentes».

Respuesta al documento

Las comunidades locales de 42 países, que manejan más de 1600 millones de hectáreas y el 76% de los bosques tropicales, respondieron al documento del IPCC haciendo notar que desempeñan «un papel fundamental en la administración y salvaguarda de las tierras y los bosques del mundo».

«Por primera vez -afirma-, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático reconoce que fortalecer nuestros derechos es una solución crítica a la crisis climática». El documento pide incrementar sus derechos sobre la tierra y los bosques, priorizar inversiones bilaterales en iniciativas dirigidas por indígenas, y reconocer y apoyar los derechos de las mujeres indígenas.

FUENTE: LA NACIÓN

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