En Data Urbana te contamos sobre la historia del lugar que no es solo un escenario de actos protocolares, es un espacio de punto de encuentro.
En el corazón de la Avenida Uruguay, donde hoy flamean tres banderas, se encuentra el mástil mayor de la ciudad. Su historia, que se remonta a la convulsionada década de 1930, es un fiel reflejo de la identidad, los conflictos y la memoria colectiva de los posadeños. No es solo un escenario de actos protocolares, es un espacio de punto de encuentro.
En la década de 1930, Argentina quedó marcada por los Golpes de Estado, la denominada 'década infame'. En 1938, ese clima de inestabilidad se replicaba en el entonces Territorio Nacional de Misiones, que ese año llegó a tener tres gobernadores designados desde Buenos Aires.

Fue en ese marco que, para la conmemoración del 12 de octubre, el “Día de la Raza” (hoy Diversidad Cultural) el intendente Julio Luzuriaga inauguró el mástil en lo que se conocía como Avenida Marconi. Junto con las torres de la Iglesia catedral, se convirtió en el punto más alto de la urbe, y por protocolo, obligaba a que los actos se realizaran de frente a él, para nunca dar la espalda a la Bandera Argentina.
Sin embargo, la paz de la plazoleta se vio empañada por episodios trágicos. En la década de 1970, frente al mástil se alzaba la sede del Partido Justicialista. En esa vereda asesinaron a Coco Ripoll. El busto en su honor, hoy convive con el mástil, es un recordatorio permanente de aquel día violento.
La evolución del lugar continuó años después. En 1992 se sumó un segundo mástil para la bandera de Misiones, y en 2015, tras definirse el emblema capitalino, un tercero para la bandera de Posadas. El espacio se completó con un reloj donado por el Club de Leones y un busto de Manuel Belgrano, que desde 1966 mira hacia la avenida.

Pero la historia del mástil está incompleta sin retratar el bullicio que siempre lo rodeó. Las inmediaciones fueron una zona de fama crítica, un hervidero de actividad. Los bares eran paradas obligatorias. El paisaje lo completaban los maleteros cargando equipajes en los colectivos, los eternos vendedores de chipa y las agencias de lotería cercana a la antigua Terminal de Ómnibus. El barrio Palomar, cercano, albergaba a una numerosa comunidad de descendientes ucranianos, cuyos apellidos aún perduran. Para ellos, como para tantos otros, esta zona fue el escenario de sus vidas.
Hoy, el mástil sigue en su lugar, erguido y silencioso. No sólo sostiene las banderas que representan las tres capas de identidad de los ciudadanos; también es el guardián de un pasado rico, que representa la historia de la ciudad.