sábado, mayo 25, 2024

El 77% de los argentinos reconoce que se discrima a los pobres

Según el estudio “La pobreza en los ojos de los argentinos”, elaborado por la consultora Voices!, los prejuicios están profundamente instalados en la sociedad: el 77% de los entrevistados reconoce que los pobres son discriminados por la población.

Las dos creencias más arraigadas son que la mayoría de los jóvenes pobres consumen drogas y alcohol en exceso y son violentos e (58%) y que las mujeres pobres deciden tener hijos para cobrar más planes sociales (46%).

 

La realidad contradice esas creencias. Los datos oficiales muestran que el 51% de las titulares de la AUH tienen sólo un hijo a cargo (el 28% tiene 2 hijos) y más de la mitad de ellas trabajan, mientras que cifras del Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la UCA indican que solo el 9% de los jóvenes del estrato trabajador marginal tiene un consumo problemático de sustancias.

 

“Este estudio permite ver el estigma que sufren los pobres y cuáles son los mitos que están más arraigados y que hay que desterrar.”, sostiene Manuel Hermelo, director de Opinión Pública de la consultora Voices!

Los especialistas coinciden en que la pobreza está marcada por carencias materiales y sociales múltiples, pero principalmente por la falta de oportunidades de las familias para poder salir de esa situación. Sufren una doble vulnerabilidad: el lugar de nacimiento ya les cierra muchas puertas y los prejuicios terminan de ponerle llave.

 

Esta desventaja se confirma en el documento “Radiografía de las juventudes en la Argentina” la ODSA que muestra que los jóvenes del estrato trabajador marginal tienen 10 veces más chances de no tener obra social, mutual o prepaga que los más ricos; 7 veces más posibilidades de no estudiar ni trabajar; 6 veces menos oportunidades de tener proyectos personales, y 3 veces más probabilidades de experimentar un déficit de apoyo social estructural.

 

“Las brechas de desigualdad en la juventud son muy persistentes o han tendido a incrementarse. De un lado están los jóvenes que no terminan la secundaria y que no logran conseguir trabajos formales, frente a los otros que tienen la posibilidad de acceder a trayectorias profesionales y de ingresar a la sociedad del conocimiento”, dice Ianina Tuñón, coordinadora del ODSA.

 

No pueden solos contra tanta exclusión. Lo que más necesitan los jóvenes vulnerables son redes de apoyo que trasciendan los prejuicios que estos jóvenes cargan sobre sus espaldas. Personas e instituciones que los miren, que los escuchen, que les sirvan de guía y los sostengan para poder construir un futuro mejor; sin ellas, sus sueños habrían sido imposible de lograr. Son las que ejercen un rol silencioso – y a veces invisible – que genera un impacto positivo en los beneficiarios y también en sus entornos.

 

Fernando nunca se drogó, no es violento y tampoco un delincuente. Con todas las limitaciones de crecer en una villa – cortes de luz, inundaciones, inseguridad, discriminación – es el primero en su familia en terminar la escuela secundaria, se recibió de periodista y está por mudarse a un departamento nuevo a estrenar que compró de pozo, pagando cuota por cuota, producto de su trabajo en blanco en una empresa de maquinarias.

 

Contrario a lo que piensa la mayoría de los argentinos, Fernando no es una excepción a la regla. En la Argentina cerca de un millón de jóvenes de contextos vulnerables como él lucha todos los días para progresar por medio del estudio o el trabajo.

La medición de Voices!, elaborada a nivel nacional, arroja más luz sobre los prejuicios: el 54% de los argentinos afirman que si la gente pobre trabajara más duro, podría escapar de la pobreza mientras que el 46% de los encuestados cree que los chicos pobres prefieren estar en la calle que en la escuela.

 

Para Griselda Quispe, una joven de 21 años que pasó su infancia en El Algarrobal, en Mendoza, el mejor lugar para estar después de su casa siempre fue la escuela. Aunque ahí le hicieran bullying porque se vestía diferente o porque su mochila consistía en una bolsa de supermercado con un cuaderno y un lápiz.

 

“Sufrí discriminación porque usaba algunas palabras en quechua. A veces no quería llegar a la escuela, me trataban mal. No teníamos prácticamente nada, ni ropa ni útiles. Me costó muchísimo y casi repito”, cuenta Griselda.

 

Cuando era chica trabajó en la cosecha, en los hornos de ladrillo y cuidando a sus hermanos menores. Pero siempre tuvo en claro que la educación era el camino para salir adelante. Hoy, es enfermera y su primer objetivo es poder mejorar la casa en la que viven.

 

Un dato llamativo del relevamiento, es que el sector bajo – más cercano a la pobreza – es el que más refuerza estos prejuicios mientras que la clase alta y media alta, la que menos los apoya. “El promedio de mitos en los que creen los argentinos crece a medida que aumenta la edad y a menor nivel de instrucción”, explica Constanza Cilley, directora ejecutiva de la consultora Voices!.

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